Obsolescencia programada
¿Por qué los electrodomésticos, coches, informática, etc. duran cada vez menos? ¿Cómo es posible que en 1911 una bombilla tuviera una duración certificada de 2.500 horas y cien años después su vida útil real no pase de 400 horas?
Tras el crash del 29, Bernard London introdujo el concepto de obsolescencia programada y propuso poner fecha de caducidad a los productos.
«Esto animaría el consumo y la necesidad de producir mercancías»,
«Las fábricas continuarían produciendo, la gente seguiría comprando y todo el mundo tendría trabajo».
Según la WIKIPEDIA, se denomina obsolescencia programada a la determinación, planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un período de tiempo calculado de antemano, por el fabricante o empresa de servicios, durante la fase de diseño de dicho producto o servicio.
Para la industria, la obsolescencia programada estimula positivamente la demanda al alentar a los consumidores a comprar de forma artificialmente acelerada nuevos productos si desean seguir utilizándolos.
La obsolescencia programada es el recorte deliberado de la vida de un producto para incrementar su consumo. Es la lucha del negocio contra la tecnología, y la ética contra el capitalismo.
La prueba más palpable de que la obsolescencia programada existe, es una simple bombilla. Se trata de la bombilla más antigua del mundo. Se encuentra en Livermore, California, en una estación de bomberos. Esta bombilla lleva ¡¡más de cien años encendida!! Exactamente, emite luz desde junio de 1901.
Thomas Alva Edison quería crear una bombilla que iluminara el mayor tiempo posible. En 1881 puso a la venta una que duraba 1.500 horas. En 1924 se inventó otra de 2.500 horas. Con la sociedad de consumo en ciernes, aquello no era una buena noticia para todo el mundo. Diversos empresarios empezaron a plantearse una pregunta inquietante: «¿Qué hará la industria cuando todo el mundo tenga un producto y este no se renueve?». Una influyente revista advertía en 1928 de que «un artículo que no se estropea es una tragedia para los negocios».
Cuando se inventó la bombilla, los grandes fabricantes de dieron cuenta de que, si ofrecían un producto que durara años, el negocio no sería rentable ya que la gente no seguiría necesitando bombillas. Así que decidieron fabricar lamparas con un filamento que al cabo de cierto tiempo, se rompiera. De este modo, el consumidor seguiría comprando bombillas toda su vida. La bombilla de Livermore se fabricó antes de esta decisión.
Un poderoso lobby de fabricantes de lámparas, el cártel Phoebus, presionó para limitar la duración de las bombillas. En los años cuarenta consiguió fijar un límite de 1.000 horas. De nada sirvió que en 1953 una sentencia revocara esta práctica, porque se mantuvo. No salió nunca al mercado ninguna de las patentes que duraban más (una, llegaba a durar hasta 100.000 horas).
Un producto que dure siempre es un mal negocio para las empresas y es práctica habitual crear cosas con fecha de caducidad programada, cuando realmente la tecnología existente permitiría un mucha mayor duración del mismo.
Otro caso claro de obsolescencia programada es el de las medias de nylon de la firma francesa Dupont. Su lanzamiento fue revolucionario, pero al ser tan fuertes no se rompían y las mujeres de los años 60 no compraban más medias. Y obligaron a los ingenieros a encontrar un material más débil para que las medias se rompieran.
Otro ejemplo es el de la cadena de montaje de Ford. El coche modelo T fue un éxito para la industria automovilística americana, pero tenía un problema que, por aquellas fechas (años veinte), era todavía incongruente: estaba concebido para durar. Ese fue su fracaso. Desde la competencia, General Motors, consciente de que no derrotaría a su rival en ingeniería, apostó por el diseño. Dio retoques cosméticos a sus coches, lo que le permitió que los clientes cambiaran de utilitario muy a menudo. ¿A quién le importaba que el motor funcionara diez años, si en poco tiempo cambiaría el coche por otro de distinto color o con algún arreglo superficial?
En los años cincuenta la sociedad de consumo se había instalado en Norteamérica y Europa. El diseñador industrial Brooks Stevens sentó las bases de esa obsolescencia programada: «Es el deseo del consumidor de poseer una cosa un poco más nueva, un poco mejor y un poco antes de que sea necesario». Ya no se trata de obligar al consumidor a cambiar de tecnologías, sino de seducirlo para que lo haga.
En la URSS la duración de funcionamiento garantizado por ley para una lavadora era de 25 años.
Actualmente no suelen pasar de 5 años.
La obsolescencia programada es patente en la actualidad en los coches, electrodomésticos, y sobre todo en productos electrónicos, como móviles, impresoras, ordenadores, etc. Cada cierto tiempo, unos pocos años por lo general, se compran nuevos modelos, bien porque se estropea el antiguo, bien porque se ha quedado anticuado y se desecha aunque funcione perfectamente. No los fabrican para durar.
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